La grieta de lo indecible
Pensar en los problemas que se encuentra el traductor es
pensar, casi siempre, en problemas que se presentan esencialmente en el
lenguaje humano, no importa cuál. Luego, los idiomas y sus características
particulares; sin embargo, en realidad hay preguntas que deberíamos de
contestar a priori, o al menos fijar una posición en torno a ellas, si no
queremos enloquecer al momento de encontrarnos con que Hamlet no tenía un
dilema sino una cuestión, pero no una duda.
¿Qué es una lengua? ¿Cómo surgieron las lenguas, para qué
sirven? Supongamos, Hjemslev, que la comunicación existe. Y que tiene diversos
propósitos, Jakobson. Supongamos, además, que esta comunicación puede ser
estudiada, y para ello empecemos a compartimentar, Saussure. Que es un sistema
que tiene niveles, Chomsky, y que se conforma de unidades que se pueden
intercambiar para producir mensajes nuevos con los mismos elementos, Martinet.
Que hay una relación entre lo que se dice con cómo se dice, Russell, y que de
lo que no se puede hablar es mejor callar, Wittgenstein.
Quizá, sin embargo, hemos estado permitiendo que algo se nos
escape por una grieta minúscula: Hay un sistema de no comunicación. Hay un
sistema del silencio. Hay un sistema del galimatías, del sinsentido. Hay un
sistema del recipiente sin contenido. No nos engañemos, la referencialidad de
lo inexistente también está sistematizada.
El pensamiento humano puede que funcione como un fractal. El
lenguaje es sólo una parte, una función y un medio del pensamiento. Una parte
mayor, no obstante. ¿Por qué no habría de funcionar con la misma complejidad,
con la misma intrincación que la totalidad del pensamiento? ¿Por qué no habría
de funcionar como funcionan los ciclos circadianos, el conocimiento innato, el
sistema termorregulador? ¿Por qué no habría de funcionar como el sistema de
interacción comunicativa entre plantas, que asegura su supervivencia?
Pensemos por un momento en los involucrados en el proceso de
la comunicación, de manera muy simplista: Hay un emisor que posee un código que
traduce una idea en lenguaje, y esta unidad, este mensaje, llega a un receptor
que debe poseer, al menos, el mismo código y el mismo sistema de referencias.
Casi.
Una persona no tiene las mismas referencias o el mismo código ni aun naciendo en el mismo minuto, lugar y de los mismos padres (si eso fuera posible). ¿Cómo, pues, decirte, lector, que el ciruelo dejó ya de florecer, la angustia que sobreviene con el verano? ¿Por qué dije angustia y no lluvia? ¿Cómo puede decirte Einstein que, bueno, siempre tuvo razón? ¿Cómo confundir a un demandado para que no sepa cómo defenderse de algo que no hizo?
¿Cómo se explica a sí mismo el misterio del lenguaje un
lingüista? Quizá con un puñado de sustantivos compuestos, que sólo él y otros
lingüistas entenderán. O quizá no. Quizá sea necesario recurrir a la poesía o a
las matemáticas; a otro código que no sea este mismo que tratamos de desgranar.
O será que lo tenemos que reinventar, y usar palabras como “equivalencia
translémica”, “microestructuras semémicas sistémicas”, etc. A pesar de este
empeño por la especificidad, seguimos sin poder demostrar cómo funciona una
frase como “Who are you?” pronunciada por una oruga que fuma de un narguile sin
recurrir a la mímica de la u, seguida
de a, y regreso a la u, como quien exhala, inhala, exhala el
maravilloso humo; o por qué Sal Elizondo tarda 56 palabras en una nota de
traductor para explicar riverrun, la
primera palabra de Finnegans Wake (Elizondo, 2006), cuya misión
abandonó el mismísimo Borges.
Cito ejemplos literarios porque ante la poesía ya estamos
ante un extrañamiento del lenguaje. O quizá sea todo lo contrario, es la
apropiación del misterio llevado a lo cotidiano, como el asombro de ver
hincharse un pan en el horno. Es
sólo que si digo:
Tyger Tyger, burning bright,In the forests of the night;What immortal hand or eye,Could frame thy fearful symmetry?
(Blake, 1794)
no estoy hablando en absoluto de un tigre, y todo lo que en
realidad se dice no está ahí.
Sans cesse à mes côtés s'agite le Démon;Il nage autour de moi comme un air impalpable;Je l'avale et le sens qui brûle mon poumonEt l'emplit d'un désir éternel et coupable.
(Baudelaire, 1857)
¿Y si la equivalencia en las traducciones, al final, no
estuviera en los significados de las palabras, ni en la construcción de las
frases, en la fonética, o la referencia, sino en la experiencia humana, el
pensamiento acumulado todos estos años, la aceptación y el rechazo? Blake y
Baudelaire ante la duda moral a partir de la experiencia mística, o estética ―que en los casos auténticos (y hasta documentados)
suele ser lo mismo. Un español del siglo XV ―o
para el caso, cualquier turista contemporáneo― ante un tzompantli; el decreto
sunní de mutilar a las mujeres para
iluminar su rostro.
Si “El traductor tiene que tener en cuenta que hay material
lingüístico que no se puede traducir, que podría traducirse […] pero que no se
debe traducir, o, tal vez, que no se suele traducir […]” (Wotjak, 1995), y que en esta
limitación de lo comunicado a través del material lingüístico exclusivamente
nos encontramos ante ya una serie de cercas, barreras y abismos, ¿nos daremos
por vencidos, renunciaremos a Finnegans
Wake una y otra vez?
No. Pero es necesario fijar una postura, favorecer a un
partido: El autor desconoce a su lector, y mucho más, a su traductor. El lector
mexicano cree que lee a Dostoievski porque también desconoce al traductor.
Muchas veces la cuestión se resuelve cuando el traductor se pone del lado del
texto. Otras tantas, cuando el traductor se pone del lado del lector. Las más,
cuando el traductor se pone del lado del cliente. Ahora mismo, yo me encuentro,
sorprendentemente, del lado del traductor; no en su cuestión, pero en su duda.
Baudelaire, C. (1857). Poemas en francés.
Obtenido de
http://poemasenfrances.blogspot.mx/2006/04/charles-baudelaire-la-destruction.html
Blake, W. (1794).
The Poetry Foundation. Recuperado el 2016, de
http://www.poetryfoundation.org/poem/172943
Elizondo, S. (junio de
2006). La primera página de Finnegans Wake. Recuperado el 17 de marzo
de 2016, de Casa del tiempo:
http://www.uam.mx/difusion/casadeltiempo/89_jun_2006/casa_del_tiempo_num89_53_56.pdf
Wotjak, G. (1995). Centro Virtual Cervantes.
Recuperado el 2016, de Hieronimus Complutensis:
http://cvc.cervantes.es/lengua/hieronymus/pdf/01/01_093.pdf
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